jueves, 14 de diciembre de 2017

LOS HÁBITOS Y SU RELACIÓN CON LAS TRIADAS (4/4)
Como se sabe, el tema de los hábitos va mucho más allá del campo de la salud, pero será en ese ámbito en donde aquí nos enfocaremos. Sólo haremos una muy breve alusión introductoria, a los hábitos en general, para contextualizar su vinculación con la salud y, más específicamente, con las Triadas Vitales, como segundo principio/requisito de los cinco que conforman el RSI.
Los registros más antiguos sobre el hábito, como objeto de estudio, se remontan a la Ética  a Nicómaco, de Aristóteles. De allí proviene, entre muchas otras alusiones, la conocida expresión, atribuida a El Estagirita: "Somos lo que hacemos día a día… La excelencia entonces no es un acto, sino un hábito". Después de Aristóteles habría que mencionar la Suma Teológica de  Santo Tomás de Aquino (siglo XIII), en cuya parte II-I se dedican varias secciones (de la 49 a la 54) a los hábitos(1) A finales del siglo XIX, el filósofo y psicólogo newyorkino William James, como parte de su vasto  estudio sobre el carácter y la personalidad, dejó importantes investigaciones  sobre el tema de los hábitos. En sus conocidos Principios de Psicología (1892), encontramos la muy citada expresión: “Toda nuestra vida, en cuanto a su forma definida, no es más que un conjunto de hábitos”.
Si nos acercamos más a nuestro tiempo, encontramos la calificada opinión del filósofo y matemático ingles Alfred Whitehead (1861-1947), creador de la llamada Filosofía del Proceso. A.Whitehead refiriéndose al papel que juegan los hábitos y esquemas intelectuales opinaba: “la civilización avanza en proporción al número de operaciones que la gente puede hacer sin pensar en ellas”. Otra referencia importante que también aparece en el artículo Los hábitos, clave del aprendizaje, de José Antonio Marina (2), son los resultados de una grupo de investigadores de la Universidad de Duke, quienes estimaron que “más del 40% de las acciones que realizan las personas cada día no son decisiones de ese momento sino hábitos (Verplanken y Wood, 2006, Neal, Wood y Quinn, 2006)”.
Uno de los libros más recientes (2012), sobre el tema, es El Poder de los hábitos de Charles Duhigg (ChD), uno de los periodistas más reputados del New York Times(3). Duhigg tuvo acceso a buena parte de las últimas investigaciones que se han estado haciendo en el MIT y la universidad de California, sobre la neuroanatomía de la memoria y el proceso de formación de los hábitos (hbt) en conejillos de Indias.  ChD explica la conducta de las raticas del experimento, en los siguientes términos (4):
“Al principio, cuando la rata oía el clic y se abría la compuerta, solía ir arriba y abajo por el pasillo central, olisqueando por los rincones y rascando las paredes. Según parece olía el chocolate, pero no podía encontrarlo... Al final, la mayoría de los animales descubrían la recompensa(…) Los científicos repitieron el experimento una y otra vez, y observaron cómo la actividad cerebral de cada rata cambiaba cuando atravesaba la misma ruta cientos de veces. Fueron apareciendo lentamente una serie de cambios. Las ratas dejaron de olfatear los rincones y de girar erróneamente. Por el contrario, recorrían cada vez más de prisa el laberinto. Y dentro de sus cerebros sucedió algo inesperado: cuando las ratas aprendían a desplazarse por el laberinto, su actividad cerebral disminuía. Cuanto más automática se volvía la ruta, menos pensaban…” (pag. 34 y 35)
Esa menor actividad cerebral era el indicativo de que los ganglios basales del roedor habían almacenado la conducta en forma automática, como hábito. Ahora, cada vez que se disparaba la señal, la rata iba directa al chocolate, en una rutina sin mayor esfuerzo ni gasto de energía cerebral. Se había instaurado un hbt. Ese proceso es el que hemos querido graficar –interpretando el texto de Duhigg-, en la figura 6, que se muestra a continuación:

Duhigg hace aún mucho más sencilla la comprensión de los procesos neurológicos que dan lugar a los hábitos, cuando simplifica toda la complejidad subyacente y propone el llamado “bucle del hábito” (señal, rutina, recompensa) que también se conoce como “las 3 ‘R’ del proceso de formación de los hábitos” (Recordatorio, Rutina y Recompensa), como nosotros hemos preferido reinterpretarlo gráficamente, en la figura 7:

De acuerdo con ese esquema de las tres “R” (o “bucle del hábito”), el proceso comienza con una señal, recordatorio o detonante que informa al cerebro para activar el piloto automático y el hábito que ha de usar. Luego está la secuencia automática o rutina, que puede ser física, mental o emocional. Por último está la recompensa, que ayuda a nuestro cerebro a decidir si vale la pena recordar en el futuro este bucle o ciclo repetitivo, en particular. La conversión de una secuencia de acciones y “conductas pensadas” en una rutina automática se llama fragmentación conductual y está en la base de la formación de los hbt. Hay cientos de fragmentos conductuales en los que confiamos cada día. Algunos muy sencillos como untar la crema y cepillarnos los dientes o colocar las hierbas en la tetera y servirnos el té hierbal; pero hay otros mucho más complejos como –es el ejemplo que apunta ChD en su libro-, el sacar en retroceso el coche del garaje cada día en las mañanas o preparar un sabroso dulce de lechoza, como el que preparaba nuestra madre. La gran diversidad de fragmentos conductuales que construimos a lo largo de nuestra experiencia se van almacenando en la memoria implícita y la explicita (o declarativa), en donde quedan disponibles para el momento en que se requieran. Concluye Duhigg “con el tiempo, este bucle —señal, rutina, recompensa; señal, rutina, recompensa…— se va volviendo más y más automático. La señal y la recompensa se superponen hasta que surge un fuerte sentimiento de expectación y deseo. Al final, ya sea en un frío laboratorio del MIT o en el garaje de tu casa, se acaba formando un hábito” (5).
Otro libro sobre el tema de los hábitos, que resulta fundamental para completar lo atinente a las tres triadas que ocupan este segundo principio, es el de Stephen Covey (SC), Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, publicado en 1989 y que, desde una primera edición se convirtió en uno de los betseller de autoayuda más traducidos y solicitados en Occidente y buena parte del mundo(6)
La definición de hábito que SC expone en su libro, es la que mejor se adapta a nuestros requerimientos para el reto de la salud integral. Desde esa perspectiva un hábito de salud (y de cualquier otro tipo), sería la confluencia de tres grandes dimensiones: un saber, un poder y un querer. Cuando se sabe (se tiene el debido conocimiento), se puede (se tiene la capacidad, las posibilidades) y se quiere (se tiene la plena convicción, el más auténtico deseo y convencimiento), entonces allí puede surgir un hábito de salud, si así nos lo planteamos. Con sólo una o dos de esas dimensiones no es posible aún construir un  verdadero hbt. Se quedaría a medio camino. Hace falta la confluencia de las tres y es en esa área de intersección en donde se forman los hbt.  La figura 8 grafica la definición de hbt que plantea SC y que nosotros aquí asumimos para el reto de una verdadera salud integral:
A una persona con sobrepeso, no le basta querer “estar en la línea”. Debe también saber cómo hacerlo y debe estar en capacidad de poder hacerlo. A veces la persona sabe cómo bajar de peso, pero realmente no está convencida, no tiene la plena convicción y, por tanto no lo puede lograr, porque sigue con su mismo estilo y hábitos de vida. Cuando un naturópata está frente a un caso de éstos, debe trabajar las tres dimensiones, luego de su diagnóstico al revisar las macrofunciones y estilo de vida de la persona.
Si este ilustrativo ejemplo (simplificado por razones de didáctica explicativa), lo aplicamos para otras situaciones y hábitos de salud (dejar de fumar, previsiones higiénico-sanitarias contra patógenos, ingesta diaria de suficiente agua para mantener la hidratación necesaria, etc), la conclusión sería parecida: si el haciente/paciente sabe cómo hacerlo, si puede hacerlo (está en capacidad, cuenta con qué) y, sobre todo, si quiere realmente hacerlo y da los pasos en esa dirección y obtiene la recompensa y lo repite, esa rutina terminará convirtiéndose en un hábito de salud. Como lo demuestran los experimentos neurológicos del doctor L.Squire y demás investigadores del MIT, una vez que ese accionar conductual se almacena en  nuestra memoria base (en los ganglios basales), se repite y hace automático –señal/recordatorio, rutina, recompensa, señal/recordatorio, rutina, recompensa…-, entonces nuestro cerebro lo incorpora como hbt cuya ejecución no implica mayores demandas de energías cerebrales. La figura 9 nos ayudará a comprender mejor el proceso de formación de los hbt, de acuerdo con los experimentos de los investigadores del MIT:

  Una vez que las raticas de laboratorio, con lo sensores que medían su actividad cerebral durante el experimento, hacen varias veces el recorrido y obtienen siempre la misma recompensa en el lado derecho, al final del laberinto, la secuencia de acciones se convierte en una rutina automática que se dispara al oír el clik y abrirse la compuerta (ver figura 10).  Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando nos levantamos cada día y nos dirigimos a la cocina: sin pensarlo mucho, como una rutina automática, colocamos los mismos tres vasos de siempre, los llenamos de agua, buscamos el antihipertensivo, y lo ingerimos con el primer vaso de agua. Cuando nos hemos tomado el tercer vaso, seleccionamos las hierbas con las que prepararemos el té de ese día o semana y lo preparamos. Mientras tanto hemos prendido la PC, revisado los correos, regado las matas del huerto/jardín, arreglado la losa que quedó escurriéndose en el lavaplatos, alimentado a las lombrices californianas, etc. Esa rutina tenemos años –casi dos décadas-, haciéndola y seguramente la mantendremos por muchas décadas más, si no hay algún motivo de peso que justifique su cambio. De eso se trata cuando tenemos hábitos de salud y vida que consideramos que deben permanecer o que, por el contrario, debemos cambiarlos.

Con estas consideraciones sobre el proceso de formación de los hábitos de salud y vida cerramos la parte 4/4 de las Triadas Vitales, como segundo principio de los cinco que están en la base de la salud integral, tal como aquí la entendemos y promovemos.
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(1) [PDF]los hábitos adquiridos - Dadun - Universidad de Navarra.dadun.unav.edu/bitstream/10171/5587/1/118.pdf.por JF Sellés - ‎2000 - ‎Mencionado por 12 - ‎Artículos relacionados la voluntad tal como los presenta Tomás de Aquino (sindéresis, prime- ... Santo Tomás y Aristóteles, Cuadernos de Anuario Filosófico, Serie Universitaria, William James, extracto de Principios de Psicología (1890).
--Suma Teologica de Santo Tomas de Aquino: Primera sección de la ...hjg.com.ar/sumat/b/.Sobre la causa de los hábitos en cuanto a su generación (4 a.) 52. Sobre el aumento de los hábitos (3 a.) 53. Sobre la corrupción y disminución de los hábitos …
--La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles – Dadun.dadun.unav.edu/bitstream/10171/4020/3/107.pdf.por E Sánchez - ‎2000 - ‎Mencionado por 3 - ‎Artículos relacionados. La esencia del hábito según Tomás de Aquino y Aristóteles. 5

(2)https://www.pediatriaintegral.es/numeros...2012.../los-habitos-clave-del-aprendizaje/.Los hábitos, clave del aprendizaje. Mediante el aprendizaje construimos nuestra memoria y, a partir de ella, pensamos, actuamos, sentimos, inventamos…  El artículo Los Hábitos, Clave del Aprendizaje, de José Antonio Marina, antes aludido, fue publicado inicialmente en la revista Pediatría Integral, Volumen XVI, nº 8,  octubre2012; 662.e1-662.e4

(3)El poder de los habitos (Spanish Edition) By Charles Duhigg. https://tgzzbepvyyaz.files.wordpress.com/.../best-841587054x-el-poder-de-los-habitos...BEST El poder de los habitos (Spanish Edition) By Charles Duhigg 

(4)Charles Duhigg, El poder de los habitos (Spanish Edition). Op. Cit., pags. 34 y 35

(5) Charles Duhigg,  Op. Cit, pag.39

(6) Stephen Covey, 7 Hábitos de la gente altamente efectiva. Editorial Sudamericana, 1995. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA TRIADA DEL HACER Y EL CAMBIAR
Esta tercera y última triada busca sintetizar la ruta, el camino que debemos recorrer si estamos dispuestos a asumir el reto de la salud integral que nos merecemos y que podemos construir si así lo deseamos. Por eso la identificamos con el hacer que somos, pero también con el cambio y la evolución que seremos en pos de la salud integral. Dicho reto debe ser el norte necesario hacia el que debemos apuntar luego de superar el estado de salud dependiente de la  lactancia y la infancia temprana y de avanzar hacia el de la salud relativamente independiente cuando, se supone, tomamos el completo control de nuestras vidas y nuestra salud al comienzo de la adultez. La conexión y secuencia de esas tres etapas de esta tercera triada se ilustra en la figura 5, y en ellas subyacen diversidad de preguntas entre las que desctacan: ¿cómo avanzar desde la salud completamente dependiente del lactante hasta el reto de la salud integral interdependiente?, ¿qué requisitos deben cumplirse?, ¿cómo se establecen los hábitos de salud en la infancia, adolescencia y juventud y que podemos hacer para cambiarlos y mejorarlos?, ¿con qué herramientas contamos?

Como se puede ver, en el universo de respuestas que dimanan de esas preguntas está subyacente la noción de hábitos de salud y, en general, la de hábitos de vida. De allí que a esa noción debemos dedicarle una especial atención, no sólo por la vinculación con esta triada y con el cuarto de los principios básicos, sino porque es una entidad-base para la atención de los 7 hábitos de la salud integral. La cuarta y última parte (4/4) de este segundo principio/requisito, se dedicará exclusivamente a los hábitos de salud y vida, sobre todo por la estrecha relación que éstos tienen con lo que otros autores llaman el “estilo de vida”
Antes de entrar en el tema de los hábitos debemos poner de relieve la relación entre esta tercera triada del hacer y el cambiar con una de las características evolutivas y antropológicas que más nos marcan como especie Homo sapiens, sobre todo si nos comparamos con otras especies de la Clase Mammalia, de la Familia Homínida e, incluso, del Orden Primates, cuyo genoma compartimos en casi un 99%. Como se sabe, entre todos los mamíferos, quizá sean los cachorros humanos los que nazcan con mayor dependencia materna. No es necesario compararnos con un cachorro de jirafa para poner en evidencia la indefensión con la que nacen las crías humanas. Mientras que las crías jirafas caen al suelo, en el momento del parto, desde varios metros de altura y a los 10 ó 15 minutos ya están levantándose por sus propios medios, buscando la teta de la madre y alistándose para correr si fuese necesario, nuestros bebés necesitan varias decenas de meses para estar en condiciones de cierta autónoma movilidad. Y si nos comparamos con los cachorros de un buey almizclero de la región ártica, que nacen a la intemperie y a temperaturas muy por debajo de los -10/5 grados centígrados, un adulto humano (ya ni se diga un bebé), apenas resistiría  unas tres horas a la intemperie en medio de un clima con esas características extremas. Hoy se sabe que ese largo proceso de dependencia  del lactante, está en estrecha conexión con el proceso de maduración anatomofisiológico de todo el cuerpo humano pero, sobre todo, de las estructuras del sistema nervioso, cuyas ventajosas potencialidades se pondrán de manifiesto sólo con el paso de la infancia a la adolescencia y juventud, hasta llegar a la completa adultez. No obstante, esa superioridad evolutiva posterior, es evidente que, en los primeros meses y años de vida nuestra dependencia e indefensión es casi total.
Superada esa primera etapa, pasamos a una segunda fase en el desarrollo de nuestras potencialidades que llamamos de relativa independencia, porque de acuerdo con una gran diversidad de circunstancias personales, familiares, sociales, etc., las personas adquieren diferentes grados de autonomía independiente en las distintas facetas de su existencia. Esas variadas circunstancias dan la pauta en cuanto al nivel de emancipación y autogobierno que cada quien logra en la adultez, pero no debe ser la meta final a proponernos, si queremos integrarnos a plenitud en el ADN sociocultural que nos identifica como la especie intrínsecamente societaria que hemos llegado a ser. Ciertamente, en la Clase Mammalia a la que pertenecemos, muchas especie practican el trabajo cooperativo, “en equipo” a la hora de algunas de sus necesidades vitales, como la de cazar con mayor efectividad. Eso lo hacen las manadas de felinos leones y de caninos lobos, así como las feroces hienas con  características de ambas familias cazadoras. La sobrevivencia en las agrestes sabanas africanas de todas estas especies, mucho depende del trabajo conjunto de la manada bajo el liderazgo de los machos y las hembras alfa. Sin ese trabajo cooperativo no se garantiza la normal permanencia de estas especies en esos hábitat. En el caso de las manadas de perros salvajes africanos (también llamados perros hiena o lobos pintados, Lycaon pictus), el trabajo cooperativo de la manada alcanza niveles casi sublimes, porque la matriarca no sólo delega el cuidado de los cachorros a los individuos más viejos, en la madriguera, cuando el resto sale de cacería, sino que al regresar, garantiza que los primeros que coman la carne regurgitada sean los cachorros y sus cuidadores. La breve reseña que hace Wikipedia es bastante ilustrativa (1):
“Los licaones cazan en manadas. Es el mejor cazador del mundo con un porcentaje de éxito de entre un 70 y un 89% según diversas fuentes: de diez cacerías hasta nueve se saldan con éxito. Su presa preferida es el impala,…. Se les ha observado cazando presas por relevos, o incluso bloqueando una vía de escape potencial de una presa, a la que finalmente vencen por agotamiento. Emiten sonidos característicamente chillones o chirriantes, parecidos a los de un pájaro… El licaón tiene un complejo sistema social de tipo matriarcal. A menudo regurgitan comida para otros miembros de la manada: los individuos viejos, los cachorros o los jóvenes y los adultos que se han quedado cuidando de las crías durante las salidas de caza. El tamaño de sus manadas es muy variable, desde las formadas únicamente por los progenitores y su camada hasta agrupaciones de más de treinta individuos…”
No obstante esas ilustrativas referencias mamíferas y las que también se presentan en algunas otras familias de nuestro Orden Primate, el Homo sapiens es la especie que mejor convirtió el trabajo grupal, cooperativo en su  estandarte de avance evolutivo y civilizatorio. Tal vez no haya sido suficientemente evaluado, en toda su magnitud, el peso que el trabajo cooperativo tiene en lo que somos como especie. Sin embargo casi todas las corrientes de pensamiento y filosóficas lo reconocen. De allí que, más allá de la independencia, la gran meta que debemos plantearnos como individuos conscientes de nuestro perfil antropológico es lo que Covey (2) llama interdependencia o, como aquí la etiquetamos, la plenitud interdependiente. No basta alcanzar la independencia, aunque ésta es ya un gran logro con respecto a la dependencia con la que arrancamos cuando estamos en los brazos de nuestras amorosas madres. Hay que proponerse, si queremos asumir el reto de la salud integral, la plenitud interdependiente, esa que se alcanza en estrecha comunión con nuestros semejantes, con todos aquellos otros humanos con los que nos relacionamos y con todos aquellos otros seres vivos y elementos del entorno biosférico en el que nos desenvolvamos.
En la figura 5 se grafica la secuencia de las tres grandes fases por las que atravesamos los seres humanos, desde el momento en que nacemos en condiciones de total indefensión y dependencia de nuestra madre, quien no sólo aporta el calostro y la leche que estimulará y reforzará las bases de nuestro sistema inmunológico y los nutrientes durante esos primeros meses de vida, sino todo el calor humano y afectivo que nos ayudará a madurar y crecer con calidad de vida orgánica y emocional. Desde esa inicial situación de dependencia lactante, en la medida en que avanzamos a lo largo de la infancia y adolescencia, se desarrollan las primeras habilidades independientes que se asentarán definitivamente, durante la juventud mediana y avanzada. Como ya dijimos antes, ese pase de la total dependencia del lactante hasta la relativa independencia que se debería alcanzar al final de la juventud, es un proceso que cada individuo lo siente y vive de acuerdo con sus propias circunstancias de vida y del contexto familiar y socio-cultural en que está inmerso. Aquí incluimos también aquellos casos -un tanto excepcionales pero que existen-, de personas cronológicamente, en su etapa adulta, pero que mantienen importantes grados de dependencia familiar y de diversa índole (económica, afectiva, emocional, etc). No es la norma, pero la terapéutica naturopática debe tenerlos en cuenta, porque muchas afectaciones de salud pueden estar vinculadas con ese tipo de situaciones de dependencia no superada.
Aplicando ese esquema de factura coveyiana a la salud integral, quedaría tal como se muestra en el segundo triángulo: desde la salud altamente dependiente de la lactancia, pasando por la salud independiente de la adoscencia/juventud, podemos alcanzar en la adultez la plenitud interdependiente si nos proponemos ese reto, al que desde aquí estamos invitando.
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(1)    Lycaon pictus - Wikipedia, la enciclopedia libre.https://es.wikipedia.org/wiki/Lycaon_pictus. El licaón (Lycaon pictus) es una especie de mamífero carnívoro de la familia Canidae. También es conocido vulgarmente como perro salvaje africano, lobo pintado ...

(2)    Stephen Covey, 7 Hábitos de la gente altamente efectiva. Editorial Sudamecana, 1995. 
LA TRIADA DEL SER: cuerpo, mente y espíritu (2/4)
Esta primera triada resume lo que ya puede considerarse un legado tradicional en el mundo occidental, desde cuando los primeros filósofos del helenismo griego lo aportaron y nadie (o casi nadie), se atreve a cuestionarlo. Los seres humanos somos  una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíritu y en esa triada también debe fundamentarse la salud integral; en lo orgánico-biológico, lo mental como producto sobre todo de lo neurológico en estrecha fusión con el ADN sociocultural y lo espiritual como proyección trascendente de las dos entidades anteriores.
              
El reto de la salud integral no puede perder de vista, en ningún momento, que eso somos: cuerpo, mente y espíritu. No hay posibilidad alguna de que alguien, aun proponiéndoselo, pueda desdoblarse y hacer desaparecer alguna de esas tres dimensiones de la existencia. Obviamente pueden variar los nombres  y denominaciones con los que alguien puede autoasumir alguna de esas entidades, pero no es posible desaparecerla. Por ejemplo, quienes se asumen ateos, pueden negar la existencia de Dios, pero en su lugar debe existir algún tipo de espiritualidad sustituta. En los pacientes psiquiátricos y, en general, quien padezca de alguna enfermedad mental puede manifestar conductas negadoras de alguna de sus estructuras mentales (las que propuso Freud o las de James). Difícilmente, aún en las patologías más agudas,  podría negar la existencia de “la mente” como tal.
LA TRIADA DEL ESTAR Y EL TENER
El filósofo y escritor hindú, Rabindranath Tagore, es quizá quien mejor ha logrado resumir una de las más categóricas precisiones ontológicas sobre las que se construye buena parte del andamiaje civilizatorio de Occidente: “Somos lo que hacemos, pero sobre todo lo que hacemos por cambiar lo que somos”. Inicialmente puede parecer un simpático juego de palabras, pero cuando lo observamos con detenimiento nos percatamos que, en esos tres verbos –ser, hacer y cambiar- que sustancian la idea,  está resumida una de las claves fundamentales sobre la que se edificó buena parte de la cultura occidental: la ontología del ser, la preeminencia del hacer y la necesidad de cambiar, mover(se), evolucionar, construir. Desde esa perspectiva es que proponemos la triada del estar y el tener; es decir la triada de los estados de salud, del estar saludable (y su contraparte, tener alguna enfermedad o afectación de salud).  De acuerdo con esta segunda triada, la salud/enfermedad es  concebida como confluencia de tres grandes dimensiones o componentes: lo congénito-hereditario, el influyente interno, propio, intrínseco de cada persona, y en tercer lugar, el  influyente externo, ambiental, del entorno físico y cultural. En esas tres dimensiones se resumiría la salud y sus afectaciones o enfermedades.

La dimensión hereditaria-congénita o influyente orgánico, es lo que cada uno de nosotros trae al mundo en el momento de nacer, y que se completa en las primeras etapas del desarrollo infantil y adolescente-juvenil, aproximadamente hasta casi el final de la segunda década de vida. Hablamos de “influyente” porque, aun siendo determinante nuestra carga genética y todas aquellas otras variables biológicas del tronco étnico y familiar original, ello no significa que, en todos los casos y circunstancias, estemos irremediablemente atados a sus designios. Para ilustrar casos de irremediable atadura orgánica, basten dos ejemplos significativos: quien nazca con trisomía del gen 21, no podría escapar de la condición down; el color de la piel y tesitura del cabello que heredamos de nuestros padres no es fácil cambiarlos, aunque algunos lo intenten con controversiales cosméticas filojacksonianas. La lista pudiera hacerse mucho más larga, pero valgan sólo esos dos casos como resumen ilustrativo. Obviamente, dentro de esta dimensión hay una serie de variables que sí se pueden (y, en muchos caso, se deben…) cambiar. Esa posibilidad de cambio  está abierta, sobre todo, en los meses previos al parto, la lactancia, y las primeras etapas de la infancia hasta la adolescencia, como lo saben muy bien los pediatras familiares. Y es a los padres a quien corresponde el mayor (casi completo) porcentaje de responsabilidad en ese proceso de mejoras que debería emprenderse desde el momento mismo de la concepción (el resto de la obligación corresponde al Estado, a la sociedad en su conjunto, pero esa es una variable a la que, a veces, ni los propios padres y familiares cercanos tienen acceso, mucho menos el indefenso lactante/infante). El peso de las posibilidades de cambio en las primeras etapas de la vida es fundamental porque marcan mucho más significativamente el porvenir del infante. No nos extendemos en otras consideraciones de este primer componente de la triada por la obviedad de algunas precisiones.
El segundo componente de esta triada del estar y el tener (o triada de la salud y su contraparte alopática, la enfermedad), es el influyente interno, propio de cada persona, cuando ya está en condiciones de tomar las riendas de su futuro, cuando empieza a perfilar su autoconcepto y a definir lo que se quiere ser y hacer en la vida. Alude a todo aquello que hacemos o dejamos de hacer en pro de la salud integral, independientemente del componente orgánico y de los influyentes externos o ambientales. Cuando decimos “independientemente”, casi siempre se nos viene a la mente el ejemplo de Mikel Melamé, en el que más adelante nos volveremos a detener. O el de Luis Mariano Rivera, Simón Díaz y Jacinto Convit. O el de Mandela y Barak Obama. Todos ellos ilustran, desde unos u otros ángulos, el peso decisivo que aquí queremos atribuirle al componente interno, al de la voluntad y proactividad del individuo en pro de una meta y unos objetivos de vida y de plenitud integral. No estamos diciendo que sea fácil superar las limitaciones físico-orgánicas o las adversidades del entorno y que todo dependa de nuestra fuerza de voluntad. Lo que decimos es que ello es posible; aunque el primer requisito para abrir esa posibilidad es que nos lo propongamos como reto, como meta. Si no nos lo planteamos, es muy probable que el basamento orgánico-biológico y las adversidades del entorno nos abrumen y achicopalen. Si no hay unos padres en la temprana infancia y luego una voluntad joven/adulta dispuesta a vencer obstáculos, es muy probable que  un cordón umbical y error obstétrico se combinen y logren imponerse irremediablemente. O el entorno rural y pobre de un pueblito oriental o llanero venezolano. O el racismo y la disfuncionalidad de un matrimonio que se separa casi al nacer y deja casi huérfano el futuro presidente. En resumen, lo que se trata de recalcar, con esta segunda dimensión de la triada del estar y el tener, es que el influyente interno es determinante, desde el momento en que, dejamos de ser dependientes de nuestros padres y nos decidimos a tomar el control de nuestras vidas. Preguntas  como el Qué comemos, Cuánto dormimos, Cuál es la calidad de nuestras respiraciones y excreciones, Previsiones de higiene y sanidad, Importancia del ejercicio y la actividad física, cuidados frente al riesgo de patógenos, Salud mental-emocional y espiritual, son sólo siete de las muchísimas preguntas/cotidianidades en las que terminan aterrizando los dos planos antes aludidos. Y todos ellos dependen, fundamentalmente, del componente interno, de nuestra claridad y voluntad para tomar decisiones en nuestro libre albedrío.
El tercer componente de la triada del estar y el tener es el influyente externo. Dicho componente abarca todos aquellos factores que, de una u otra manera, influyen en la salud integral, desde afuera; es decir son todas aquellas entradas que ingresan al sistema que somos, participan del proceso de intercambio de materia y energía que es la vida y, de esa manera dan su aporte a las salidas o resultados. En ese amplísimo conjunto de factores externos hay algunos sobre los cuales no tenemos mucho margen de elección. Nos referimos, por ejemplo, a cuestiones como el lugar y las circunstancias en donde nacemos (y que marcan buena parte del ADN sociocultural), la calidad del aire que respiramos, los patógenos a los que -en un momento dado y a pesar de nuestras previsiones-, estamos expuestos. En la medida en que nos hacemos más independientes en los diferentes planos de la existencia, algunas de esas variables podemos controlarlas y/o modificarlas (adquirir y colocarnos, por ejemplo, una máscara de aire protectora, si vivimos en una ciudad con mucha polución); pero son opciones un tanto extremas, por las que no opta la gran mayoría. Si este tipo de factores no los podemos controlar o modificar, al menos debemos tenerlos presentes como influyente en la salud integral y calibrar las posibilidades que tenemos para que la afecten lo menos posible.
Hay otras factores externos, sobre los cuales sí podemos tener mayor control y en cierta o buena forma, modificarlos antes de que entren a la dinámica de nuestro sistema. Uno de los ejemplos más emblemáticos pudiera ser el del agua que consumimos (si sabemos que no es totalmente potable la que llega a nuestro hogar, la podemos hervir, filtrar, ozonificar, clorurar, colocarle semillas de moringa o adoptar cualquier otra medida que minimice la posibilidad de patógenos y la potabilice). Pero hay otros elementos externos cuyo manejo no resulta tan obvio, ni habituales las medidas de tratamiento previo al ingreso al sistema, y que pudieran tener también una importancia cercana o parecida a la del agua. Aquí incluimos esa variadísima muestra de productos procesados que mucha gente consume habitualmente, no porque sean indispensables como nutrientes, sino porque forma parte del menú cultural-propagandístico en donde crecimos o nos desenvolvemos. Nos referimos, por ejemplo, al desmedido consumo de bebidas gaseosas y de “jugos/esencias artificiales” que forman parte de la dieta del venezolano y de muchos otros compatriotas latinoamericanos. La gran mayoría  de los consumidores habituales (incluidos los adictos que no pueden almorzar o cenar, sin una intoxicante gaseosa), saben  -al menos lo han oído alguna vez de boca de alguien cercano o lo han leído en algún lado-, que se trata de bebidas con sustancias altamente dañinas para la salud. Lo saben, pero lo siguen haciendo por influencia del marketing y amigos, el modelaje de personajes famosos, etc. Este tipo de influyentes externos, de tan funestas repercusiones en nuestra salud, son los que mejor poner a prueba el peso y la importancia del influyente interno. Si algún antídoto tenemos los que nos planteamos la salud integral como un reto es, justamente, la fuerza de voluntad y todos aquellos recursos de firmeza, tenacidad, inteligencia y constancia  del influyente interno, como para impedir que los nefastos factores no ingresen e intoxiquen a nuestro organismo. Como veremos en la tercera triada, después que ese logro inicial de impedir que las gaseosas ingresen al cuerpo, se convierta en rutina consciente y en un verdadero hábito de vida, en sustitución de la nefasta costumbre anterior, será mucho más fácil mantenerlo.
Si observamos la triada de la salud/enfermedad (o del estar y el tener) en su conjunto y en movimiento, podremos entender mejor la dinámica del reto que implica proponernos alcanzar la salud integral que nos corresponde como Homo sapiens y como personas con un nombre, apellido y cédula de identidad muy específicos, en unas determinadas coordenadas espacio-temporales y culturales. Ya mencionamos el ejemplo luminoso que para muchos venezolanos encierra el nombre de Mikel Melamé. Su paradigmático testimonio demuestra, una vez más, que la salud y la calidad de vida no dependen de una sola variable sino de muchas, las cuales hemos intentado agrupar y resumir en esa triada. También desde otro ángulo, pero contrapuesto al de Melamé, pueden servirnos los ejemplos del conocido farmaceuta y hombre de medios Pedro Penzini Fleury (PPF) y del biólogo y naturista hindú Keshava Bath (KB), quienes murieron cuando apenas habían cruzado los 70 años. Mucha gente se pregunta ¿por qué mueren tan relativamente jóvenes dos personas “saludables”, que hacían tanto ejercicio y practicaban el naturismo? La respuesta que nosotros encontramos está, justamente, en la triada de la salud/enfermedad. Porque, para bien o para mal, una longevidad saludable no depende sólo de la voluntad y el estilo de vida que uno se proponga. Depende también de ese otro lado del triángulo que está en la base de lo que somos: nuestra carga genética y códigos orgánicos con los que nacemos y crecemos (en menor grado lo congénito). Ese agresivo cáncer de médula ósea que derrotó  las ganas de correr y vivir de PPF o el fulminante infarto al miocardio de KB, ciertamente pesaron más que sus estilos de vida, pero, en descargo, de no haber hecho ellos todo lo que hicieron en pro de su salud (y la de muchas otras personas).seguramente se hubiesen ido mucho antes de lo que se fueron. Para reforzar lo anterior, también se puede complementar diciendo que si Mandela y Convit no hubiesen tenido la constitución orgánica-biológica que tenían, tal vez no hubiesen llegado a los 95-100 que felizmente llegaron. Ni los torturadores del colonialismo inglés y los insalubres calabozos donde recluyeron a Mandela, ni los numerosos patógenos con los que Convit se enfrentó a lo largo de su vida de médico ejemplar,  pudieron acabar con esas dos resplandecientes humanidades porque, seguramente, además de sus previsiones para mantener a raya a esos agentes externos, la inconmensurable fuerza interna que los movía, los mantenía también alertas frente a cualesquiera otros factores que pudiesen conspirar contra sus elevados propósitos. Lo genético-hereditario jugó a favor de la longevidad de Convit y Mandela, como tal vez no ocurrió con PPF y KB, pero los otros dos componentes de la triada es muy probable que también hayan dado su aporte para el logro de esa ejemplar larga vida.
Y como para que no queden dudas de que los tres lados del triángulo influyen, unos en unos casos y otros en otros, apuntemos un último ejemplo, emblemático para los venezolanos, por tratarse del Libertador. Siempre se dijo que lo había matado una Mycobacterium tuberculosis (bacteria también conocida como “bacilo de Koch”). Sin embargo, en un informe publicado por el diario pro-oficialista Ultimas Noticias (1) titulado "Resuelto enigma de la muerte de Bolívar”, se apunta que El Padre de la Patria, Simón Bolívar, no murió de tuberculosis sino por "un desequilibrio hidroelectrolítico", que se produce “cuando existen pérdidas elevadas de agua, sodio, bicarbonato y potasio a través del intestino". El informe explica que el enigma que rodeo la muerte de Bolívar “fue presuntamente resuelto por la Unidad Criminalística del Ministerio Público, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA)". También señala el informe que "tras meses de estudio, el equipo de científicos descubrió que las llamadas dietas lavativas aplicadas al Libertador por su médico de cabecera, Próspero Reverend, le produjeron un desequilibrio hidroelectrolítico y de allí la muerte". La  terapia se realizaba para combatir una infección en el colon. En cualquier caso, es obvio que fue un “factor externo” la principal causa de muerte, no un bacilo de Koch, pero tampoco el envenenamiento con arsénico como querían demostrar quienes promovieron la exhumación del cadáver en 2010. Si la infección del colon que motivó los lavados del doctor Reverend, tuvo algún ingrediente/influyente interno (estres, descuido de El Libertador para alertar y atender a tiempo el problema, etc) o de índole genético-hereditario, es difícil saberlo. Pero el informe aludido evidencia que si otros factores jugaron algún papel, debió haber sido secundario.
Cuando hablamos de la triada del estar y el tener, también como Triada de la salud/enfermedad, es porque ese simple esquema de tres ángulos y tres lados, ofrece una respuesta sencilla y comprensible pero contundente, para algún paciente/haciente que acuda con alguna patología o afectación de salud. Siempre habrá la posibilidad de que alguno de esos tres componentes (orgánico-macrofuncional, interno y externo) estén influyendo en uno u otro grado. Y es tarea del naturópata no sólo comprender lo que está pasando para orientar una determinada ruta terapéutica, sino, fundamentalmente, ayudar y motivar al paciente para que participe del proceso de sanación y se convierta en verdadero haciente, en coprotagonista de su propio proceso de sanación.
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(1)Bolívar no murió de tuberculosis sino de "desequilibrio hidroelectrolítico”... - El Espectador.www.elespectador.com/noticias/.../bolivar-no-murio-de-tuberculosis-sino-de-desequili...1.    2. 17 jul. 2011 -El informe titulado "Resuelto enigma de la muerte de Bolívar", el rotativo ... por la Unidad Criminalística del Ministerio Público…

NN: Llama poderosamente la atención que fue la prensa colombiana (además de El Espectador hay otros portales web de, al menos, dos periódicos de ese país) y del Perú (vimos al menos dos portales), las que más se hicieron eco de esa información. En nuestro país fue relativamente poca la difusión que se le dio al suceso. No sabemos si en ello influyó la censura y la autocensura.