miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA TRIADA DEL SER: cuerpo, mente y espíritu (2/4)
Esta primera triada resume lo que ya puede considerarse un legado tradicional en el mundo occidental, desde cuando los primeros filósofos del helenismo griego lo aportaron y nadie (o casi nadie), se atreve a cuestionarlo. Los seres humanos somos  una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíritu y en esa triada también debe fundamentarse la salud integral; en lo orgánico-biológico, lo mental como producto sobre todo de lo neurológico en estrecha fusión con el ADN sociocultural y lo espiritual como proyección trascendente de las dos entidades anteriores.
              
El reto de la salud integral no puede perder de vista, en ningún momento, que eso somos: cuerpo, mente y espíritu. No hay posibilidad alguna de que alguien, aun proponiéndoselo, pueda desdoblarse y hacer desaparecer alguna de esas tres dimensiones de la existencia. Obviamente pueden variar los nombres  y denominaciones con los que alguien puede autoasumir alguna de esas entidades, pero no es posible desaparecerla. Por ejemplo, quienes se asumen ateos, pueden negar la existencia de Dios, pero en su lugar debe existir algún tipo de espiritualidad sustituta. En los pacientes psiquiátricos y, en general, quien padezca de alguna enfermedad mental puede manifestar conductas negadoras de alguna de sus estructuras mentales (las que propuso Freud o las de James). Difícilmente, aún en las patologías más agudas,  podría negar la existencia de “la mente” como tal.
LA TRIADA DEL ESTAR Y EL TENER
El filósofo y escritor hindú, Rabindranath Tagore, es quizá quien mejor ha logrado resumir una de las más categóricas precisiones ontológicas sobre las que se construye buena parte del andamiaje civilizatorio de Occidente: “Somos lo que hacemos, pero sobre todo lo que hacemos por cambiar lo que somos”. Inicialmente puede parecer un simpático juego de palabras, pero cuando lo observamos con detenimiento nos percatamos que, en esos tres verbos –ser, hacer y cambiar- que sustancian la idea,  está resumida una de las claves fundamentales sobre la que se edificó buena parte de la cultura occidental: la ontología del ser, la preeminencia del hacer y la necesidad de cambiar, mover(se), evolucionar, construir. Desde esa perspectiva es que proponemos la triada del estar y el tener; es decir la triada de los estados de salud, del estar saludable (y su contraparte, tener alguna enfermedad o afectación de salud).  De acuerdo con esta segunda triada, la salud/enfermedad es  concebida como confluencia de tres grandes dimensiones o componentes: lo congénito-hereditario, el influyente interno, propio, intrínseco de cada persona, y en tercer lugar, el  influyente externo, ambiental, del entorno físico y cultural. En esas tres dimensiones se resumiría la salud y sus afectaciones o enfermedades.

La dimensión hereditaria-congénita o influyente orgánico, es lo que cada uno de nosotros trae al mundo en el momento de nacer, y que se completa en las primeras etapas del desarrollo infantil y adolescente-juvenil, aproximadamente hasta casi el final de la segunda década de vida. Hablamos de “influyente” porque, aun siendo determinante nuestra carga genética y todas aquellas otras variables biológicas del tronco étnico y familiar original, ello no significa que, en todos los casos y circunstancias, estemos irremediablemente atados a sus designios. Para ilustrar casos de irremediable atadura orgánica, basten dos ejemplos significativos: quien nazca con trisomía del gen 21, no podría escapar de la condición down; el color de la piel y tesitura del cabello que heredamos de nuestros padres no es fácil cambiarlos, aunque algunos lo intenten con controversiales cosméticas filojacksonianas. La lista pudiera hacerse mucho más larga, pero valgan sólo esos dos casos como resumen ilustrativo. Obviamente, dentro de esta dimensión hay una serie de variables que sí se pueden (y, en muchos caso, se deben…) cambiar. Esa posibilidad de cambio  está abierta, sobre todo, en los meses previos al parto, la lactancia, y las primeras etapas de la infancia hasta la adolescencia, como lo saben muy bien los pediatras familiares. Y es a los padres a quien corresponde el mayor (casi completo) porcentaje de responsabilidad en ese proceso de mejoras que debería emprenderse desde el momento mismo de la concepción (el resto de la obligación corresponde al Estado, a la sociedad en su conjunto, pero esa es una variable a la que, a veces, ni los propios padres y familiares cercanos tienen acceso, mucho menos el indefenso lactante/infante). El peso de las posibilidades de cambio en las primeras etapas de la vida es fundamental porque marcan mucho más significativamente el porvenir del infante. No nos extendemos en otras consideraciones de este primer componente de la triada por la obviedad de algunas precisiones.
El segundo componente de esta triada del estar y el tener (o triada de la salud y su contraparte alopática, la enfermedad), es el influyente interno, propio de cada persona, cuando ya está en condiciones de tomar las riendas de su futuro, cuando empieza a perfilar su autoconcepto y a definir lo que se quiere ser y hacer en la vida. Alude a todo aquello que hacemos o dejamos de hacer en pro de la salud integral, independientemente del componente orgánico y de los influyentes externos o ambientales. Cuando decimos “independientemente”, casi siempre se nos viene a la mente el ejemplo de Mikel Melamé, en el que más adelante nos volveremos a detener. O el de Luis Mariano Rivera, Simón Díaz y Jacinto Convit. O el de Mandela y Barak Obama. Todos ellos ilustran, desde unos u otros ángulos, el peso decisivo que aquí queremos atribuirle al componente interno, al de la voluntad y proactividad del individuo en pro de una meta y unos objetivos de vida y de plenitud integral. No estamos diciendo que sea fácil superar las limitaciones físico-orgánicas o las adversidades del entorno y que todo dependa de nuestra fuerza de voluntad. Lo que decimos es que ello es posible; aunque el primer requisito para abrir esa posibilidad es que nos lo propongamos como reto, como meta. Si no nos lo planteamos, es muy probable que el basamento orgánico-biológico y las adversidades del entorno nos abrumen y achicopalen. Si no hay unos padres en la temprana infancia y luego una voluntad joven/adulta dispuesta a vencer obstáculos, es muy probable que  un cordón umbical y error obstétrico se combinen y logren imponerse irremediablemente. O el entorno rural y pobre de un pueblito oriental o llanero venezolano. O el racismo y la disfuncionalidad de un matrimonio que se separa casi al nacer y deja casi huérfano el futuro presidente. En resumen, lo que se trata de recalcar, con esta segunda dimensión de la triada del estar y el tener, es que el influyente interno es determinante, desde el momento en que, dejamos de ser dependientes de nuestros padres y nos decidimos a tomar el control de nuestras vidas. Preguntas  como el Qué comemos, Cuánto dormimos, Cuál es la calidad de nuestras respiraciones y excreciones, Previsiones de higiene y sanidad, Importancia del ejercicio y la actividad física, cuidados frente al riesgo de patógenos, Salud mental-emocional y espiritual, son sólo siete de las muchísimas preguntas/cotidianidades en las que terminan aterrizando los dos planos antes aludidos. Y todos ellos dependen, fundamentalmente, del componente interno, de nuestra claridad y voluntad para tomar decisiones en nuestro libre albedrío.
El tercer componente de la triada del estar y el tener es el influyente externo. Dicho componente abarca todos aquellos factores que, de una u otra manera, influyen en la salud integral, desde afuera; es decir son todas aquellas entradas que ingresan al sistema que somos, participan del proceso de intercambio de materia y energía que es la vida y, de esa manera dan su aporte a las salidas o resultados. En ese amplísimo conjunto de factores externos hay algunos sobre los cuales no tenemos mucho margen de elección. Nos referimos, por ejemplo, a cuestiones como el lugar y las circunstancias en donde nacemos (y que marcan buena parte del ADN sociocultural), la calidad del aire que respiramos, los patógenos a los que -en un momento dado y a pesar de nuestras previsiones-, estamos expuestos. En la medida en que nos hacemos más independientes en los diferentes planos de la existencia, algunas de esas variables podemos controlarlas y/o modificarlas (adquirir y colocarnos, por ejemplo, una máscara de aire protectora, si vivimos en una ciudad con mucha polución); pero son opciones un tanto extremas, por las que no opta la gran mayoría. Si este tipo de factores no los podemos controlar o modificar, al menos debemos tenerlos presentes como influyente en la salud integral y calibrar las posibilidades que tenemos para que la afecten lo menos posible.
Hay otras factores externos, sobre los cuales sí podemos tener mayor control y en cierta o buena forma, modificarlos antes de que entren a la dinámica de nuestro sistema. Uno de los ejemplos más emblemáticos pudiera ser el del agua que consumimos (si sabemos que no es totalmente potable la que llega a nuestro hogar, la podemos hervir, filtrar, ozonificar, clorurar, colocarle semillas de moringa o adoptar cualquier otra medida que minimice la posibilidad de patógenos y la potabilice). Pero hay otros elementos externos cuyo manejo no resulta tan obvio, ni habituales las medidas de tratamiento previo al ingreso al sistema, y que pudieran tener también una importancia cercana o parecida a la del agua. Aquí incluimos esa variadísima muestra de productos procesados que mucha gente consume habitualmente, no porque sean indispensables como nutrientes, sino porque forma parte del menú cultural-propagandístico en donde crecimos o nos desenvolvemos. Nos referimos, por ejemplo, al desmedido consumo de bebidas gaseosas y de “jugos/esencias artificiales” que forman parte de la dieta del venezolano y de muchos otros compatriotas latinoamericanos. La gran mayoría  de los consumidores habituales (incluidos los adictos que no pueden almorzar o cenar, sin una intoxicante gaseosa), saben  -al menos lo han oído alguna vez de boca de alguien cercano o lo han leído en algún lado-, que se trata de bebidas con sustancias altamente dañinas para la salud. Lo saben, pero lo siguen haciendo por influencia del marketing y amigos, el modelaje de personajes famosos, etc. Este tipo de influyentes externos, de tan funestas repercusiones en nuestra salud, son los que mejor poner a prueba el peso y la importancia del influyente interno. Si algún antídoto tenemos los que nos planteamos la salud integral como un reto es, justamente, la fuerza de voluntad y todos aquellos recursos de firmeza, tenacidad, inteligencia y constancia  del influyente interno, como para impedir que los nefastos factores no ingresen e intoxiquen a nuestro organismo. Como veremos en la tercera triada, después que ese logro inicial de impedir que las gaseosas ingresen al cuerpo, se convierta en rutina consciente y en un verdadero hábito de vida, en sustitución de la nefasta costumbre anterior, será mucho más fácil mantenerlo.
Si observamos la triada de la salud/enfermedad (o del estar y el tener) en su conjunto y en movimiento, podremos entender mejor la dinámica del reto que implica proponernos alcanzar la salud integral que nos corresponde como Homo sapiens y como personas con un nombre, apellido y cédula de identidad muy específicos, en unas determinadas coordenadas espacio-temporales y culturales. Ya mencionamos el ejemplo luminoso que para muchos venezolanos encierra el nombre de Mikel Melamé. Su paradigmático testimonio demuestra, una vez más, que la salud y la calidad de vida no dependen de una sola variable sino de muchas, las cuales hemos intentado agrupar y resumir en esa triada. También desde otro ángulo, pero contrapuesto al de Melamé, pueden servirnos los ejemplos del conocido farmaceuta y hombre de medios Pedro Penzini Fleury (PPF) y del biólogo y naturista hindú Keshava Bath (KB), quienes murieron cuando apenas habían cruzado los 70 años. Mucha gente se pregunta ¿por qué mueren tan relativamente jóvenes dos personas “saludables”, que hacían tanto ejercicio y practicaban el naturismo? La respuesta que nosotros encontramos está, justamente, en la triada de la salud/enfermedad. Porque, para bien o para mal, una longevidad saludable no depende sólo de la voluntad y el estilo de vida que uno se proponga. Depende también de ese otro lado del triángulo que está en la base de lo que somos: nuestra carga genética y códigos orgánicos con los que nacemos y crecemos (en menor grado lo congénito). Ese agresivo cáncer de médula ósea que derrotó  las ganas de correr y vivir de PPF o el fulminante infarto al miocardio de KB, ciertamente pesaron más que sus estilos de vida, pero, en descargo, de no haber hecho ellos todo lo que hicieron en pro de su salud (y la de muchas otras personas).seguramente se hubiesen ido mucho antes de lo que se fueron. Para reforzar lo anterior, también se puede complementar diciendo que si Mandela y Convit no hubiesen tenido la constitución orgánica-biológica que tenían, tal vez no hubiesen llegado a los 95-100 que felizmente llegaron. Ni los torturadores del colonialismo inglés y los insalubres calabozos donde recluyeron a Mandela, ni los numerosos patógenos con los que Convit se enfrentó a lo largo de su vida de médico ejemplar,  pudieron acabar con esas dos resplandecientes humanidades porque, seguramente, además de sus previsiones para mantener a raya a esos agentes externos, la inconmensurable fuerza interna que los movía, los mantenía también alertas frente a cualesquiera otros factores que pudiesen conspirar contra sus elevados propósitos. Lo genético-hereditario jugó a favor de la longevidad de Convit y Mandela, como tal vez no ocurrió con PPF y KB, pero los otros dos componentes de la triada es muy probable que también hayan dado su aporte para el logro de esa ejemplar larga vida.
Y como para que no queden dudas de que los tres lados del triángulo influyen, unos en unos casos y otros en otros, apuntemos un último ejemplo, emblemático para los venezolanos, por tratarse del Libertador. Siempre se dijo que lo había matado una Mycobacterium tuberculosis (bacteria también conocida como “bacilo de Koch”). Sin embargo, en un informe publicado por el diario pro-oficialista Ultimas Noticias (1) titulado "Resuelto enigma de la muerte de Bolívar”, se apunta que El Padre de la Patria, Simón Bolívar, no murió de tuberculosis sino por "un desequilibrio hidroelectrolítico", que se produce “cuando existen pérdidas elevadas de agua, sodio, bicarbonato y potasio a través del intestino". El informe explica que el enigma que rodeo la muerte de Bolívar “fue presuntamente resuelto por la Unidad Criminalística del Ministerio Público, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA)". También señala el informe que "tras meses de estudio, el equipo de científicos descubrió que las llamadas dietas lavativas aplicadas al Libertador por su médico de cabecera, Próspero Reverend, le produjeron un desequilibrio hidroelectrolítico y de allí la muerte". La  terapia se realizaba para combatir una infección en el colon. En cualquier caso, es obvio que fue un “factor externo” la principal causa de muerte, no un bacilo de Koch, pero tampoco el envenenamiento con arsénico como querían demostrar quienes promovieron la exhumación del cadáver en 2010. Si la infección del colon que motivó los lavados del doctor Reverend, tuvo algún ingrediente/influyente interno (estres, descuido de El Libertador para alertar y atender a tiempo el problema, etc) o de índole genético-hereditario, es difícil saberlo. Pero el informe aludido evidencia que si otros factores jugaron algún papel, debió haber sido secundario.
Cuando hablamos de la triada del estar y el tener, también como Triada de la salud/enfermedad, es porque ese simple esquema de tres ángulos y tres lados, ofrece una respuesta sencilla y comprensible pero contundente, para algún paciente/haciente que acuda con alguna patología o afectación de salud. Siempre habrá la posibilidad de que alguno de esos tres componentes (orgánico-macrofuncional, interno y externo) estén influyendo en uno u otro grado. Y es tarea del naturópata no sólo comprender lo que está pasando para orientar una determinada ruta terapéutica, sino, fundamentalmente, ayudar y motivar al paciente para que participe del proceso de sanación y se convierta en verdadero haciente, en coprotagonista de su propio proceso de sanación.
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(1)Bolívar no murió de tuberculosis sino de "desequilibrio hidroelectrolítico”... - El Espectador.www.elespectador.com/noticias/.../bolivar-no-murio-de-tuberculosis-sino-de-desequili...1.    2. 17 jul. 2011 -El informe titulado "Resuelto enigma de la muerte de Bolívar", el rotativo ... por la Unidad Criminalística del Ministerio Público…

NN: Llama poderosamente la atención que fue la prensa colombiana (además de El Espectador hay otros portales web de, al menos, dos periódicos de ese país) y del Perú (vimos al menos dos portales), las que más se hicieron eco de esa información. En nuestro país fue relativamente poca la difusión que se le dio al suceso. No sabemos si en ello influyó la censura y la autocensura.

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