LA TRIADA
DEL SER: cuerpo, mente y espíritu (2/4)
Esta primera triada resume lo que ya puede considerarse un legado
tradicional en el mundo occidental, desde cuando los primeros filósofos del
helenismo griego lo aportaron y nadie (o casi nadie), se atreve a cuestionarlo.
Los seres humanos somos una unidad
indivisible de cuerpo, mente y espíritu y en esa triada también debe
fundamentarse la salud integral; en lo orgánico-biológico,
lo mental como producto sobre todo de
lo neurológico en estrecha fusión con el ADN sociocultural y lo espiritual como proyección trascendente
de las dos entidades anteriores.
El reto de la salud integral no puede perder de vista, en ningún
momento, que eso somos: cuerpo, mente y espíritu. No hay posibilidad alguna de
que alguien, aun proponiéndoselo, pueda desdoblarse y hacer desaparecer alguna
de esas tres dimensiones de la existencia. Obviamente pueden variar los
nombres y denominaciones con los que
alguien puede autoasumir alguna de esas entidades, pero no es posible desaparecerla.
Por ejemplo, quienes se asumen ateos, pueden negar la existencia de Dios, pero en su lugar debe existir algún tipo de espiritualidad sustituta. En los
pacientes psiquiátricos y, en general, quien padezca de alguna enfermedad
mental puede manifestar conductas negadoras de alguna de sus estructuras
mentales (las que propuso Freud o las de James). Difícilmente, aún en las
patologías más agudas, podría negar la
existencia de “la mente” como tal.
LA TRIADA DEL ESTAR
Y EL TENER
El filósofo y escritor hindú, Rabindranath Tagore, es quizá quien mejor
ha logrado resumir una de las más categóricas precisiones ontológicas sobre las
que se construye buena parte del andamiaje civilizatorio de Occidente: “Somos lo que hacemos, pero sobre todo lo que
hacemos por cambiar lo que somos”. Inicialmente puede parecer un simpático
juego de palabras, pero cuando lo observamos con detenimiento nos percatamos
que, en esos tres verbos –ser, hacer
y cambiar- que sustancian la idea, está
resumida una de las claves fundamentales sobre la que se edificó buena parte de
la cultura occidental: la ontología del ser,
la preeminencia del hacer y la
necesidad de cambiar, mover(se),
evolucionar, construir. Desde esa perspectiva es que proponemos la triada del estar y el tener; es decir la triada de
los estados de salud, del estar saludable (y su contraparte, tener alguna enfermedad o afectación de
salud). De acuerdo con esta segunda
triada, la salud/enfermedad es concebida
como confluencia de tres grandes dimensiones o componentes: lo congénito-hereditario, el influyente interno, propio,
intrínseco de cada persona, y en tercer lugar, el influyente externo,
ambiental, del entorno físico y cultural. En esas tres dimensiones se resumiría
la salud y sus afectaciones o enfermedades.
La dimensión hereditaria-congénita o influyente orgánico, es lo que cada uno de nosotros trae al mundo en el momento de nacer, y
que se completa en las primeras etapas del desarrollo infantil y
adolescente-juvenil, aproximadamente hasta casi el final de la segunda década
de vida. Hablamos de “influyente” porque,
aun siendo determinante nuestra carga genética y todas aquellas otras variables
biológicas del tronco étnico y familiar original, ello no significa que, en
todos los casos y circunstancias, estemos irremediablemente
atados a sus designios. Para ilustrar casos de irremediable atadura
orgánica, basten dos ejemplos significativos: quien nazca con trisomía del gen
21, no podría escapar de la condición
down; el color de la piel y tesitura del cabello que heredamos de nuestros
padres no es fácil cambiarlos, aunque algunos lo intenten con controversiales
cosméticas filojacksonianas. La lista pudiera hacerse mucho más larga, pero
valgan sólo esos dos casos como resumen ilustrativo. Obviamente, dentro de esta
dimensión hay una serie de variables que sí se pueden (y, en muchos caso, se
deben…) cambiar. Esa posibilidad de cambio
está abierta, sobre todo, en los meses previos al parto, la lactancia, y
las primeras etapas de la infancia hasta la adolescencia, como lo saben muy
bien los pediatras familiares. Y es a los padres a quien corresponde el mayor
(casi completo) porcentaje de responsabilidad en ese proceso de mejoras que debería emprenderse desde el
momento mismo de la concepción (el resto de la obligación corresponde al
Estado, a la sociedad en su conjunto, pero esa es una variable a la que, a
veces, ni los propios padres y familiares cercanos tienen acceso, mucho menos
el indefenso lactante/infante). El peso de las posibilidades de cambio en las
primeras etapas de la vida es fundamental porque marcan mucho más
significativamente el porvenir del infante. No nos extendemos en otras
consideraciones de este primer componente de la triada por la obviedad de
algunas precisiones.
El segundo componente de esta triada del estar y el tener (o triada de la salud y su contraparte alopática,
la enfermedad), es el influyente interno,
propio de cada persona, cuando ya está en condiciones de tomar las riendas de
su futuro, cuando empieza a perfilar su autoconcepto y a definir lo que se
quiere ser y hacer en la vida. Alude a todo aquello que hacemos o dejamos de
hacer en pro de la salud integral, independientemente del componente orgánico y
de los influyentes externos o ambientales. Cuando decimos “independientemente”,
casi siempre se nos viene a la mente el ejemplo de Mikel Melamé, en el que más
adelante nos volveremos a detener. O el de Luis Mariano Rivera, Simón Díaz y
Jacinto Convit. O el de Mandela y Barak Obama. Todos ellos ilustran, desde unos
u otros ángulos, el peso decisivo que aquí queremos atribuirle al componente interno, al de la voluntad y
proactividad del individuo en pro de una meta y unos objetivos de vida y de
plenitud integral. No estamos diciendo que sea fácil superar las limitaciones
físico-orgánicas o las adversidades del entorno y que todo dependa de nuestra
fuerza de voluntad. Lo que decimos es que ello es posible; aunque el primer
requisito para abrir esa posibilidad es que nos lo propongamos como reto, como
meta. Si no nos lo planteamos, es muy probable que el basamento
orgánico-biológico y las adversidades del entorno nos abrumen y achicopalen. Si no hay unos padres en la
temprana infancia y luego una voluntad joven/adulta dispuesta a vencer
obstáculos, es muy probable que un cordón umbical y error obstétrico se
combinen y logren imponerse irremediablemente. O el entorno rural y pobre de un
pueblito oriental o llanero venezolano. O el racismo y la disfuncionalidad de
un matrimonio que se separa casi al nacer y deja casi huérfano el futuro
presidente. En resumen, lo que se trata de recalcar, con esta segunda dimensión
de la triada del estar y el tener, es
que el influyente interno es
determinante, desde el momento en que, dejamos de ser dependientes de nuestros
padres y nos decidimos a tomar el control de nuestras vidas. Preguntas como el Qué comemos, Cuánto dormimos, Cuál es
la calidad de nuestras respiraciones y excreciones, Previsiones de higiene y
sanidad, Importancia del ejercicio y la actividad física, cuidados frente al
riesgo de patógenos, Salud mental-emocional y espiritual, son sólo siete de las
muchísimas preguntas/cotidianidades en las que terminan aterrizando los dos
planos antes aludidos. Y todos ellos dependen, fundamentalmente, del componente
interno, de nuestra claridad y voluntad para tomar decisiones en nuestro libre
albedrío.
El tercer componente de la triada del estar y el tener es el influyente externo. Dicho componente
abarca todos aquellos factores que, de una u otra manera, influyen en la salud
integral, desde afuera; es decir son
todas aquellas entradas que ingresan
al sistema que somos, participan del proceso de intercambio de materia y energía
que es la vida y, de esa manera dan su aporte a las salidas o resultados. En ese amplísimo conjunto de factores
externos hay algunos sobre los cuales no tenemos mucho margen de elección. Nos
referimos, por ejemplo, a cuestiones como el lugar y las circunstancias en
donde nacemos (y que marcan buena parte del ADN sociocultural), la calidad del
aire que respiramos, los patógenos a los que -en un momento dado y a pesar de
nuestras previsiones-, estamos expuestos. En la medida en que nos hacemos más
independientes en los diferentes planos de la existencia, algunas de esas
variables podemos controlarlas y/o modificarlas (adquirir y colocarnos, por
ejemplo, una máscara de aire protectora, si vivimos en una ciudad con mucha
polución); pero son opciones un tanto extremas, por las que no opta la gran
mayoría. Si este tipo de factores no los podemos controlar o modificar, al
menos debemos tenerlos presentes como influyente en la salud integral y
calibrar las posibilidades que tenemos para que la afecten lo menos posible.
Hay otras factores externos, sobre los cuales sí podemos tener mayor
control y en cierta o buena forma, modificarlos antes de que entren a la dinámica
de nuestro sistema. Uno de los ejemplos más emblemáticos pudiera ser el del
agua que consumimos (si sabemos que no es totalmente potable la que llega a
nuestro hogar, la podemos hervir, filtrar, ozonificar, clorurar, colocarle
semillas de moringa o adoptar cualquier otra medida que minimice la posibilidad
de patógenos y la potabilice). Pero hay otros elementos externos cuyo manejo no
resulta tan obvio, ni habituales las medidas de tratamiento previo al ingreso
al sistema, y que pudieran tener también una importancia cercana o parecida a
la del agua. Aquí incluimos esa variadísima muestra de productos procesados que
mucha gente consume habitualmente, no porque sean indispensables como
nutrientes, sino porque forma parte del menú cultural-propagandístico en donde
crecimos o nos desenvolvemos. Nos referimos, por ejemplo, al desmedido consumo
de bebidas gaseosas y de “jugos/esencias artificiales” que forman parte de la
dieta del venezolano y de muchos otros compatriotas latinoamericanos. La gran
mayoría de los consumidores habituales
(incluidos los adictos que no pueden
almorzar o cenar, sin una intoxicante gaseosa), saben -al menos lo han oído alguna vez de boca de
alguien cercano o lo han leído en algún lado-, que se trata de bebidas con
sustancias altamente dañinas para la salud. Lo saben, pero lo siguen haciendo por influencia del marketing y
amigos, el modelaje de personajes famosos, etc. Este tipo de influyentes externos, de tan funestas
repercusiones en nuestra salud, son los que mejor poner a prueba el peso y la
importancia del influyente interno.
Si algún antídoto tenemos los que nos planteamos la salud integral como un reto
es, justamente, la fuerza de voluntad y todos aquellos recursos de firmeza,
tenacidad, inteligencia y constancia del
influyente interno, como para impedir
que los nefastos factores no ingresen e intoxiquen a nuestro organismo. Como
veremos en la tercera triada, después que ese logro inicial de impedir que las
gaseosas ingresen al cuerpo, se convierta en rutina consciente y en un
verdadero hábito de vida, en
sustitución de la nefasta costumbre anterior, será mucho más fácil mantenerlo.
Si observamos la triada de la salud/enfermedad (o del estar y el tener) en su conjunto y en
movimiento, podremos entender mejor la dinámica del reto que implica
proponernos alcanzar la salud integral que nos corresponde como Homo sapiens y
como personas con un nombre, apellido y cédula de identidad muy específicos, en
unas determinadas coordenadas espacio-temporales y culturales. Ya mencionamos
el ejemplo luminoso que para muchos venezolanos encierra el nombre de Mikel
Melamé. Su paradigmático testimonio demuestra, una vez más, que la salud y la
calidad de vida no dependen de una sola variable sino de muchas, las cuales
hemos intentado agrupar y resumir en esa triada. También desde otro ángulo,
pero contrapuesto al de Melamé, pueden servirnos los ejemplos del conocido
farmaceuta y hombre de medios Pedro Penzini Fleury (PPF) y del biólogo y
naturista hindú Keshava Bath (KB), quienes murieron cuando apenas habían cruzado los 70 años. Mucha gente se pregunta ¿por qué
mueren tan relativamente jóvenes dos personas “saludables”, que hacían tanto
ejercicio y practicaban el naturismo? La respuesta que nosotros encontramos
está, justamente, en la triada de la salud/enfermedad. Porque, para bien o para
mal, una longevidad saludable no depende sólo de la voluntad y el estilo de
vida que uno se proponga. Depende también de ese otro lado del triángulo que
está en la base de lo que somos: nuestra carga genética y códigos orgánicos con
los que nacemos y crecemos (en menor grado lo congénito). Ese agresivo cáncer
de médula ósea que derrotó las ganas de
correr y vivir de PPF o el fulminante infarto al miocardio de KB, ciertamente
pesaron más que sus estilos de vida, pero, en descargo, de no haber hecho ellos
todo lo que hicieron en pro de su salud (y la de muchas otras
personas).seguramente se hubiesen ido mucho antes de lo que se fueron. Para reforzar
lo anterior, también se puede complementar diciendo que si Mandela y Convit no
hubiesen tenido la constitución orgánica-biológica que tenían, tal vez no
hubiesen llegado a los 95-100 que felizmente llegaron. Ni los torturadores del
colonialismo inglés y los insalubres calabozos donde recluyeron a Mandela, ni
los numerosos patógenos con los que Convit se enfrentó a lo largo de su vida de
médico ejemplar, pudieron acabar con
esas dos resplandecientes humanidades porque, seguramente, además de sus previsiones
para mantener a raya a esos agentes
externos, la inconmensurable fuerza
interna que los movía, los mantenía también alertas frente a cualesquiera
otros factores que pudiesen conspirar contra sus elevados propósitos. Lo
genético-hereditario jugó a favor de la longevidad de Convit y Mandela, como
tal vez no ocurrió con PPF y KB, pero los otros dos componentes de la triada es
muy probable que también hayan dado su aporte para el logro de esa ejemplar
larga vida.
Y como para que no queden dudas de que los tres lados del triángulo
influyen, unos en unos casos y otros en otros, apuntemos un último ejemplo,
emblemático para los venezolanos, por tratarse del Libertador. Siempre se dijo
que lo había matado una Mycobacterium
tuberculosis (bacteria también conocida como “bacilo de Koch”). Sin
embargo, en un informe publicado por el diario pro-oficialista Ultimas Noticias (1) titulado "Resuelto
enigma de la muerte de Bolívar”, se apunta que El Padre de la Patria, Simón Bolívar, no murió de
tuberculosis sino por "un
desequilibrio hidroelectrolítico", que se produce “cuando existen pérdidas elevadas de agua,
sodio, bicarbonato y potasio a través del intestino". El informe
explica que el enigma que rodeo la muerte de Bolívar “fue presuntamente resuelto por la Unidad Criminalística del Ministerio
Público, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y el
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA)". También señala el informe que
"tras meses de estudio, el equipo de
científicos descubrió que las llamadas dietas lavativas aplicadas al Libertador
por su médico de cabecera, Próspero Reverend, le produjeron un desequilibrio
hidroelectrolítico y de allí la muerte". La terapia se realizaba para combatir una
infección en el colon. En cualquier caso, es obvio que fue un “factor externo”
la principal causa de muerte, no un bacilo de Koch, pero tampoco el envenenamiento con arsénico como querían
demostrar quienes promovieron la exhumación del cadáver en 2010. Si la
infección del colon que motivó los lavados del doctor Reverend, tuvo algún ingrediente/influyente interno (estres,
descuido de El Libertador para alertar y atender a tiempo el problema, etc) o
de índole genético-hereditario, es
difícil saberlo. Pero el informe aludido evidencia que si otros factores
jugaron algún papel, debió haber sido secundario.
Cuando hablamos de la triada del estar
y el tener, también como Triada de la
salud/enfermedad, es porque ese simple
esquema de tres ángulos y tres lados, ofrece una respuesta sencilla y
comprensible pero contundente, para algún paciente/haciente que acuda con alguna patología o afectación de salud.
Siempre habrá la posibilidad de que alguno de esos tres componentes (orgánico-macrofuncional, interno y externo)
estén influyendo en uno u otro grado. Y es tarea del naturópata no sólo
comprender lo que está pasando para orientar una determinada ruta terapéutica,
sino, fundamentalmente, ayudar y motivar al paciente para que participe del
proceso de sanación y se convierta en verdadero
haciente, en coprotagonista de su propio proceso de sanación.
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(1)Bolívar no murió de tuberculosis sino de
"desequilibrio hidroelectrolítico”... - El
Espectador.www.elespectador.com/noticias/.../bolivar-no-murio-de-tuberculosis-sino-de-desequili...1. 2. 17 jul. 2011 -El informe titulado
"Resuelto enigma de la muerte de Bolívar", el rotativo ... por la
Unidad Criminalística del Ministerio Público…
NN: Llama poderosamente
la atención que fue la prensa colombiana (además de El Espectador hay otros portales
web de, al menos, dos periódicos de ese país) y del Perú (vimos al menos dos
portales), las que más se hicieron eco de esa información. En nuestro país fue
relativamente poca la difusión que se le dio al suceso. No sabemos si en ello
influyó la censura y la autocensura.
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