LA TRIADA DEL HACER
Y EL CAMBIAR
Esta tercera y última triada busca sintetizar la ruta,
el camino que debemos recorrer si estamos dispuestos a asumir el reto de la
salud integral que nos merecemos y que podemos construir si así lo deseamos.
Por eso la identificamos con el hacer que
somos, pero también con el cambio y
la evolución que seremos en pos
de la salud integral. Dicho reto debe ser el norte necesario hacia el que
debemos apuntar luego de superar el estado
de salud dependiente de la lactancia
y la infancia temprana y de avanzar hacia el de la salud relativamente independiente cuando, se supone, tomamos el
completo control de nuestras vidas y nuestra salud al comienzo de la adultez.
La conexión y secuencia de esas tres etapas de esta tercera triada se ilustra
en la figura 5, y en ellas subyacen diversidad de preguntas entre las que
desctacan: ¿cómo avanzar desde la salud completamente dependiente del lactante
hasta el reto de la salud integral interdependiente?, ¿qué requisitos deben
cumplirse?, ¿cómo se establecen los hábitos de salud en la infancia,
adolescencia y juventud y que podemos hacer para cambiarlos y mejorarlos?, ¿con
qué herramientas contamos?
Como se puede ver, en el universo de respuestas que
dimanan de esas preguntas está subyacente la noción de hábitos de salud y, en general, la de hábitos de vida. De allí que a esa noción debemos dedicarle una
especial atención, no sólo por la vinculación con esta triada y con el cuarto
de los principios básicos, sino porque es una entidad-base para la atención de los
7 hábitos de la salud integral. La cuarta y última parte (4/4) de este
segundo principio/requisito, se dedicará exclusivamente a los hábitos de salud
y vida, sobre todo por la estrecha relación que éstos tienen con lo que otros
autores llaman el “estilo de vida”
Antes de entrar en el tema de los hábitos debemos
poner de relieve la relación entre esta tercera triada del hacer y el cambiar
con una de las características evolutivas y antropológicas que más nos marcan
como especie Homo sapiens, sobre todo si nos comparamos con otras especies de
la Clase Mammalia, de la Familia Homínida e, incluso, del Orden Primates, cuyo
genoma compartimos en casi un 99%. Como se sabe, entre todos los mamíferos,
quizá sean los cachorros humanos los
que nazcan con mayor dependencia materna. No es necesario compararnos con un
cachorro de jirafa para poner en evidencia la indefensión con la que nacen las
crías humanas. Mientras que las crías jirafas caen al suelo, en el momento del
parto, desde varios metros de altura y a los 10 ó 15 minutos ya están
levantándose por sus propios medios, buscando la teta de la madre y alistándose
para correr si fuese necesario, nuestros bebés necesitan varias decenas de
meses para estar en condiciones de cierta autónoma movilidad. Y si nos
comparamos con los cachorros de un buey almizclero de la región ártica, que
nacen a la intemperie y a temperaturas muy por debajo de los -10/5 grados
centígrados, un adulto humano (ya ni se diga un bebé), apenas resistiría unas tres horas a la intemperie en medio de
un clima con esas características extremas. Hoy se sabe que ese largo proceso
de dependencia del lactante, está en
estrecha conexión con el proceso de maduración anatomofisiológico de todo el
cuerpo humano pero, sobre todo, de las estructuras del sistema nervioso, cuyas
ventajosas potencialidades se pondrán de manifiesto sólo con el paso de la
infancia a la adolescencia y juventud, hasta llegar a la completa adultez. No
obstante, esa superioridad evolutiva
posterior, es evidente que, en los primeros meses y años de vida nuestra
dependencia e indefensión es casi total.
Superada esa primera etapa, pasamos a una segunda fase
en el desarrollo de nuestras potencialidades que llamamos de relativa independencia, porque de
acuerdo con una gran diversidad de circunstancias personales, familiares,
sociales, etc., las personas adquieren diferentes grados de autonomía
independiente en las distintas facetas de su existencia. Esas variadas
circunstancias dan la pauta en cuanto al nivel de emancipación y autogobierno
que cada quien logra en la adultez, pero no debe ser la meta final a
proponernos, si queremos integrarnos a plenitud en el ADN sociocultural que nos
identifica como la especie intrínsecamente societaria que hemos llegado a ser.
Ciertamente, en la Clase Mammalia a la que pertenecemos, muchas especie
practican el trabajo cooperativo, “en equipo” a la hora de algunas de sus
necesidades vitales, como la de cazar con mayor efectividad. Eso lo hacen las
manadas de felinos leones y de caninos lobos, así como las feroces hienas
con características de ambas familias
cazadoras. La sobrevivencia en las agrestes sabanas africanas de todas estas
especies, mucho depende del trabajo conjunto de la manada bajo el liderazgo de
los machos y las hembras alfa. Sin ese trabajo cooperativo no se garantiza la
normal permanencia de estas especies en esos hábitat. En el caso de las manadas
de perros salvajes africanos (también llamados perros hiena o lobos pintados, Lycaon pictus), el trabajo cooperativo de la manada alcanza niveles
casi sublimes, porque la matriarca no sólo delega el cuidado de los cachorros a
los individuos más viejos, en la madriguera, cuando el resto sale de cacería,
sino que al regresar, garantiza que los primeros que coman la carne regurgitada
sean los cachorros y sus cuidadores. La breve reseña que hace Wikipedia es
bastante ilustrativa (1):
“Los licaones cazan en
manadas. Es el mejor cazador del mundo con un porcentaje de éxito de entre un
70 y un 89% según diversas fuentes: de diez cacerías hasta nueve se saldan con
éxito. Su presa preferida es el impala,…. Se les ha observado cazando presas
por relevos, o incluso bloqueando una vía de escape potencial de una presa, a
la que finalmente vencen por agotamiento. Emiten sonidos característicamente
chillones o chirriantes, parecidos a los de un pájaro… El licaón tiene un
complejo sistema social de tipo matriarcal. A menudo regurgitan comida para
otros miembros de la manada: los individuos viejos, los cachorros o los jóvenes
y los adultos que se han quedado cuidando de las crías durante las salidas de
caza. El tamaño de sus manadas es muy variable, desde las formadas únicamente
por los progenitores y su camada hasta agrupaciones de más de treinta
individuos…”
No obstante esas ilustrativas referencias mamíferas y
las que también se presentan en algunas otras familias de nuestro Orden
Primate, el Homo sapiens es la
especie que mejor convirtió el trabajo grupal, cooperativo en su estandarte de avance evolutivo y civilizatorio.
Tal vez no haya sido suficientemente evaluado, en toda su magnitud, el peso que
el trabajo cooperativo tiene en lo que somos como especie. Sin embargo casi
todas las corrientes de pensamiento y filosóficas lo reconocen. De allí que,
más allá de la independencia, la gran
meta que debemos plantearnos como individuos conscientes de nuestro perfil
antropológico es lo que Covey (2) llama interdependencia
o, como aquí la etiquetamos, la plenitud
interdependiente. No basta alcanzar la independencia, aunque ésta es ya un
gran logro con respecto a la dependencia con la que arrancamos cuando estamos
en los brazos de nuestras amorosas madres. Hay que proponerse, si queremos
asumir el reto de la salud integral, la plenitud
interdependiente, esa que se alcanza en estrecha comunión con nuestros
semejantes, con todos aquellos otros humanos con los que nos relacionamos y con
todos aquellos otros seres vivos y elementos del entorno biosférico en el que
nos desenvolvamos.
En la figura 5 se grafica la secuencia de las tres grandes
fases por las que atravesamos los seres humanos, desde el momento en que
nacemos en condiciones de total indefensión y dependencia de nuestra madre,
quien no sólo aporta el calostro y la leche que estimulará y reforzará las
bases de nuestro sistema inmunológico y los nutrientes durante esos primeros
meses de vida, sino todo el calor humano y afectivo que nos ayudará a madurar y
crecer con calidad de vida orgánica y emocional. Desde esa inicial situación de
dependencia lactante, en la medida en que avanzamos a lo largo de la infancia y
adolescencia, se desarrollan las primeras habilidades independientes que se
asentarán definitivamente, durante la juventud mediana y avanzada. Como ya
dijimos antes, ese pase de la total dependencia
del lactante hasta la relativa
independencia que se debería alcanzar al final de la juventud, es un
proceso que cada individuo lo siente y vive de acuerdo con sus propias
circunstancias de vida y del contexto familiar y socio-cultural en que está
inmerso. Aquí incluimos también aquellos casos -un tanto excepcionales pero que
existen-, de personas cronológicamente, en su etapa adulta, pero que mantienen
importantes grados de dependencia familiar y de diversa índole (económica,
afectiva, emocional, etc). No es la norma, pero la terapéutica naturopática
debe tenerlos en cuenta, porque muchas afectaciones de salud pueden estar
vinculadas con ese tipo de situaciones de dependencia
no superada.
Aplicando ese esquema de factura coveyiana a la salud
integral, quedaría tal como se muestra en el segundo triángulo: desde la salud
altamente dependiente de la lactancia, pasando por la salud independiente de la
adoscencia/juventud, podemos alcanzar en la adultez la plenitud interdependiente si nos proponemos ese reto, al que desde
aquí estamos invitando.
________________
(1)
Lycaon pictus -
Wikipedia, la enciclopedia libre.https://es.wikipedia.org/wiki/Lycaon_pictus.
El licaón (Lycaon pictus) es una especie de mamífero carnívoro de la familia
Canidae. También es conocido vulgarmente como perro salvaje africano, lobo
pintado ...
(2)
Stephen Covey, 7 Hábitos de la gente altamente efectiva.
Editorial Sudamecana, 1995.
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