miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA TRIADA DEL HACER Y EL CAMBIAR
Esta tercera y última triada busca sintetizar la ruta, el camino que debemos recorrer si estamos dispuestos a asumir el reto de la salud integral que nos merecemos y que podemos construir si así lo deseamos. Por eso la identificamos con el hacer que somos, pero también con el cambio y la evolución que seremos en pos de la salud integral. Dicho reto debe ser el norte necesario hacia el que debemos apuntar luego de superar el estado de salud dependiente de la  lactancia y la infancia temprana y de avanzar hacia el de la salud relativamente independiente cuando, se supone, tomamos el completo control de nuestras vidas y nuestra salud al comienzo de la adultez. La conexión y secuencia de esas tres etapas de esta tercera triada se ilustra en la figura 5, y en ellas subyacen diversidad de preguntas entre las que desctacan: ¿cómo avanzar desde la salud completamente dependiente del lactante hasta el reto de la salud integral interdependiente?, ¿qué requisitos deben cumplirse?, ¿cómo se establecen los hábitos de salud en la infancia, adolescencia y juventud y que podemos hacer para cambiarlos y mejorarlos?, ¿con qué herramientas contamos?

Como se puede ver, en el universo de respuestas que dimanan de esas preguntas está subyacente la noción de hábitos de salud y, en general, la de hábitos de vida. De allí que a esa noción debemos dedicarle una especial atención, no sólo por la vinculación con esta triada y con el cuarto de los principios básicos, sino porque es una entidad-base para la atención de los 7 hábitos de la salud integral. La cuarta y última parte (4/4) de este segundo principio/requisito, se dedicará exclusivamente a los hábitos de salud y vida, sobre todo por la estrecha relación que éstos tienen con lo que otros autores llaman el “estilo de vida”
Antes de entrar en el tema de los hábitos debemos poner de relieve la relación entre esta tercera triada del hacer y el cambiar con una de las características evolutivas y antropológicas que más nos marcan como especie Homo sapiens, sobre todo si nos comparamos con otras especies de la Clase Mammalia, de la Familia Homínida e, incluso, del Orden Primates, cuyo genoma compartimos en casi un 99%. Como se sabe, entre todos los mamíferos, quizá sean los cachorros humanos los que nazcan con mayor dependencia materna. No es necesario compararnos con un cachorro de jirafa para poner en evidencia la indefensión con la que nacen las crías humanas. Mientras que las crías jirafas caen al suelo, en el momento del parto, desde varios metros de altura y a los 10 ó 15 minutos ya están levantándose por sus propios medios, buscando la teta de la madre y alistándose para correr si fuese necesario, nuestros bebés necesitan varias decenas de meses para estar en condiciones de cierta autónoma movilidad. Y si nos comparamos con los cachorros de un buey almizclero de la región ártica, que nacen a la intemperie y a temperaturas muy por debajo de los -10/5 grados centígrados, un adulto humano (ya ni se diga un bebé), apenas resistiría  unas tres horas a la intemperie en medio de un clima con esas características extremas. Hoy se sabe que ese largo proceso de dependencia  del lactante, está en estrecha conexión con el proceso de maduración anatomofisiológico de todo el cuerpo humano pero, sobre todo, de las estructuras del sistema nervioso, cuyas ventajosas potencialidades se pondrán de manifiesto sólo con el paso de la infancia a la adolescencia y juventud, hasta llegar a la completa adultez. No obstante, esa superioridad evolutiva posterior, es evidente que, en los primeros meses y años de vida nuestra dependencia e indefensión es casi total.
Superada esa primera etapa, pasamos a una segunda fase en el desarrollo de nuestras potencialidades que llamamos de relativa independencia, porque de acuerdo con una gran diversidad de circunstancias personales, familiares, sociales, etc., las personas adquieren diferentes grados de autonomía independiente en las distintas facetas de su existencia. Esas variadas circunstancias dan la pauta en cuanto al nivel de emancipación y autogobierno que cada quien logra en la adultez, pero no debe ser la meta final a proponernos, si queremos integrarnos a plenitud en el ADN sociocultural que nos identifica como la especie intrínsecamente societaria que hemos llegado a ser. Ciertamente, en la Clase Mammalia a la que pertenecemos, muchas especie practican el trabajo cooperativo, “en equipo” a la hora de algunas de sus necesidades vitales, como la de cazar con mayor efectividad. Eso lo hacen las manadas de felinos leones y de caninos lobos, así como las feroces hienas con  características de ambas familias cazadoras. La sobrevivencia en las agrestes sabanas africanas de todas estas especies, mucho depende del trabajo conjunto de la manada bajo el liderazgo de los machos y las hembras alfa. Sin ese trabajo cooperativo no se garantiza la normal permanencia de estas especies en esos hábitat. En el caso de las manadas de perros salvajes africanos (también llamados perros hiena o lobos pintados, Lycaon pictus), el trabajo cooperativo de la manada alcanza niveles casi sublimes, porque la matriarca no sólo delega el cuidado de los cachorros a los individuos más viejos, en la madriguera, cuando el resto sale de cacería, sino que al regresar, garantiza que los primeros que coman la carne regurgitada sean los cachorros y sus cuidadores. La breve reseña que hace Wikipedia es bastante ilustrativa (1):
“Los licaones cazan en manadas. Es el mejor cazador del mundo con un porcentaje de éxito de entre un 70 y un 89% según diversas fuentes: de diez cacerías hasta nueve se saldan con éxito. Su presa preferida es el impala,…. Se les ha observado cazando presas por relevos, o incluso bloqueando una vía de escape potencial de una presa, a la que finalmente vencen por agotamiento. Emiten sonidos característicamente chillones o chirriantes, parecidos a los de un pájaro… El licaón tiene un complejo sistema social de tipo matriarcal. A menudo regurgitan comida para otros miembros de la manada: los individuos viejos, los cachorros o los jóvenes y los adultos que se han quedado cuidando de las crías durante las salidas de caza. El tamaño de sus manadas es muy variable, desde las formadas únicamente por los progenitores y su camada hasta agrupaciones de más de treinta individuos…”
No obstante esas ilustrativas referencias mamíferas y las que también se presentan en algunas otras familias de nuestro Orden Primate, el Homo sapiens es la especie que mejor convirtió el trabajo grupal, cooperativo en su  estandarte de avance evolutivo y civilizatorio. Tal vez no haya sido suficientemente evaluado, en toda su magnitud, el peso que el trabajo cooperativo tiene en lo que somos como especie. Sin embargo casi todas las corrientes de pensamiento y filosóficas lo reconocen. De allí que, más allá de la independencia, la gran meta que debemos plantearnos como individuos conscientes de nuestro perfil antropológico es lo que Covey (2) llama interdependencia o, como aquí la etiquetamos, la plenitud interdependiente. No basta alcanzar la independencia, aunque ésta es ya un gran logro con respecto a la dependencia con la que arrancamos cuando estamos en los brazos de nuestras amorosas madres. Hay que proponerse, si queremos asumir el reto de la salud integral, la plenitud interdependiente, esa que se alcanza en estrecha comunión con nuestros semejantes, con todos aquellos otros humanos con los que nos relacionamos y con todos aquellos otros seres vivos y elementos del entorno biosférico en el que nos desenvolvamos.
En la figura 5 se grafica la secuencia de las tres grandes fases por las que atravesamos los seres humanos, desde el momento en que nacemos en condiciones de total indefensión y dependencia de nuestra madre, quien no sólo aporta el calostro y la leche que estimulará y reforzará las bases de nuestro sistema inmunológico y los nutrientes durante esos primeros meses de vida, sino todo el calor humano y afectivo que nos ayudará a madurar y crecer con calidad de vida orgánica y emocional. Desde esa inicial situación de dependencia lactante, en la medida en que avanzamos a lo largo de la infancia y adolescencia, se desarrollan las primeras habilidades independientes que se asentarán definitivamente, durante la juventud mediana y avanzada. Como ya dijimos antes, ese pase de la total dependencia del lactante hasta la relativa independencia que se debería alcanzar al final de la juventud, es un proceso que cada individuo lo siente y vive de acuerdo con sus propias circunstancias de vida y del contexto familiar y socio-cultural en que está inmerso. Aquí incluimos también aquellos casos -un tanto excepcionales pero que existen-, de personas cronológicamente, en su etapa adulta, pero que mantienen importantes grados de dependencia familiar y de diversa índole (económica, afectiva, emocional, etc). No es la norma, pero la terapéutica naturopática debe tenerlos en cuenta, porque muchas afectaciones de salud pueden estar vinculadas con ese tipo de situaciones de dependencia no superada.
Aplicando ese esquema de factura coveyiana a la salud integral, quedaría tal como se muestra en el segundo triángulo: desde la salud altamente dependiente de la lactancia, pasando por la salud independiente de la adoscencia/juventud, podemos alcanzar en la adultez la plenitud interdependiente si nos proponemos ese reto, al que desde aquí estamos invitando.
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(1)    Lycaon pictus - Wikipedia, la enciclopedia libre.https://es.wikipedia.org/wiki/Lycaon_pictus. El licaón (Lycaon pictus) es una especie de mamífero carnívoro de la familia Canidae. También es conocido vulgarmente como perro salvaje africano, lobo pintado ...

(2)    Stephen Covey, 7 Hábitos de la gente altamente efectiva. Editorial Sudamecana, 1995. 

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